JC34: 1er carta de odio al arte.
Lapso de consciencia y toma de principios para con el arte.
Hoy, ocho de julio del año dos mil veintiuno, he tomado la decisión de intentar
boicotear cualquier manifestación de lo que coloquialmente se denomina arte,
asignándole a este una asociación meramente laboral; cansada ya mi búsqueda
insensata de la vida cuyas bases se basan en la satisfacción intelecto-cultural,
dedicadas ya al arte las horas libres (y las no también) totales, dando
mi cerebro el esfuerzo máximo en buscar la palabrería correcta, la incorrecta y
la posterior comprensión de la nula distinción entre ambas, he decidido
rendirme. Quizás esa no sea la palabra adecuada, rendición, porque mi plan es
erradicar al arte; de mi vida como paso inicial, plan a largo plazo
gestado como venganza, una revancha ante todo lo quitado. ¿Pero qué le ha
quitado el arte a uno? Pues poco (o demasiado), tiempo y vida, tanto metafórica como
literalmente, pero la pregunta verdadera es simple: ¿qué me ha dado? Nada,
absolutamente nada, solo mayor desolación, dolor, distanciamiento, dependencia
de psicotrópicos, devoción a figuras falsas, egolatría, individualismo, odio y
más odio, pérdida del cabello, pérdida de la noción de existencia, soledad;
todo junto a la incapacidad para superar las experiencias traumáticas, de
desangrarme por cada letra y dañar de esa manera mi estado físico, mi estado
mental, de tomar a cada arista de mi vida como provecho cuando debería ser solo
de mí. Ese es el punto, arte, has tomado cada parte de mí y me has
dejado completamente desarmado, deforme en extremo, con partes claves bajo la
etiqueta de faltante, tirado sobre las baldosas, empecinado en lo
trascendental, mientras tú has quedado impune. Sí, vos, el mismo que
cuelga de mis paredes, que llena mis estantes; el mismo que ante cada catástrofe susurra incansable al
oído dale, escribí, dale, usalo a tu favor sin reparar en lo que le
genera a uno, sin reparar en los daños, en el paulatino crecimiento del
insomnio por las noches, consecuencia de la imaginación cada vez más podrida
que produce los sueños más hirientes, más desoladores, y las parálisis de sueño
que provocan un eterno miedo de cerrar los ojos, de acaso intentar dormir,
junto al trabajo que produce, incontrolable, sin ninguna atadura, la mente, hasta
en pleno despertar, a toda hora, sin tener prudencia del lugar donde se está.
Incluso ahora lo hace, mientras vomito estas palabras sin procesar el
pensamiento, única manera que he encontrado de burlar la corrupción general
aglutinada en mi cerebro, en mi carne. De toda esta corrupción, toda esta maldad, lo que más
duele es la habilidad que posees, arte, para desaparecer cuando todo empeora
por lo que has generado; sí, en vos yo solo buscaba una mano amiga, algo
de compasión ante la existencia, un compañero en la desgracia, algo que solo
aprovechaste para tus egolátricos fines. Si desde la muerte de mi padre solo me
pedís que escriba del duelo, pero del único duelo sobre el que pienso hablar es
sobre el tuyo porque el juramento ya ha sido escrito (y firmado).
¿Qué me diste, entonces, sino pena y dolor? Y esto no creo que ha de ser algo que se pueda superar, que acaso alguna vez logre discernir qué es para vos, qué es para mí, qué compartimos y qué no. El desdoblamiento en dos personalidades es un error que no volveré a cometer, viendo los resultados actuales; el diálogo entre las partes, luego de todo el daño hecho, parece irrecuperable: si es que yo ya he intentado todo, pero la única solución parece ser la drástica, y ya ha sido pronunciada.
Juramento: cuerpo y alma han de entregar al odio y repudio de toda manifestación artística, resignadas a la categorías banales en el orden del “ocio”. Sea reprimido todo intento de actividad artística, exceptuando lo meramente académico y laboral. Hechas las desligaduras de las actividades vinculatorias, declarase al arte como persona no grata in hoc corporis.
Julio, el que escribía.