miércoles, 26 de abril de 2023

Carta de odio al arte.

 JC34: 1er carta de odio al arte.

 

Lapso de consciencia y toma de principios para con el arte.

 


Hoy, ocho de julio del año dos mil veintiuno, he tomado la decisión de intentar boicotear cualquier manifestación de lo que coloquialmente se denomina arte, asignándole a este una asociación meramente laboral; cansada ya mi búsqueda insensata de la vida cuyas bases se basan en la satisfacción intelecto-cultural, dedicadas ya al arte las horas libres (y las no también) totales, dando mi cerebro el esfuerzo máximo en buscar la palabrería correcta, la incorrecta y la posterior comprensión de la nula distinción entre ambas, he decidido rendirme. Quizás esa no sea la palabra adecuada, rendición, porque mi plan es erradicar al arte; de mi vida como paso inicial, plan a largo plazo gestado como venganza, una revancha ante todo lo quitado. ¿Pero qué le ha quitado el arte a uno? Pues poco (o demasiado), tiempo y vida, tanto metafórica como literalmente, pero la pregunta verdadera es simple: ¿qué me ha dado? Nada, absolutamente nada, solo mayor desolación, dolor, distanciamiento, dependencia de psicotrópicos, devoción a figuras falsas, egolatría, individualismo, odio y más odio, pérdida del cabello, pérdida de la noción de existencia, soledad; todo junto a la incapacidad para superar las experiencias traumáticas, de desangrarme por cada letra y dañar de esa manera mi estado físico, mi estado mental, de tomar a cada arista de mi vida como provecho cuando debería ser solo de mí. Ese es el punto, arte, has tomado cada parte de mí y me has dejado completamente desarmado, deforme en extremo, con partes claves bajo la etiqueta de faltante, tirado sobre las baldosas, empecinado en lo trascendental, mientras tú has quedado impune. Sí, vos, el mismo que cuelga de mis paredes, que llena mis estantes; el mismo que ante cada catástrofe susurra incansable al oído dale, escribí, dale, usalo a tu favor sin reparar en lo que le genera a uno, sin reparar en los daños, en el paulatino crecimiento del insomnio por las noches, consecuencia de la imaginación cada vez más podrida que produce los sueños más hirientes, más desoladores, y las parálisis de sueño que provocan un eterno miedo de cerrar los ojos, de acaso intentar dormir, junto al trabajo que produce, incontrolable, sin ninguna atadura, la mente, hasta en pleno despertar, a toda hora, sin tener prudencia del lugar donde se está. Incluso ahora lo hace, mientras vomito estas palabras sin procesar el pensamiento, única manera que he encontrado de burlar la corrupción general aglutinada en mi cerebro, en mi carne. De toda esta corrupción, toda esta maldad, lo que más duele es la habilidad que posees, arte, para desaparecer cuando todo empeora por lo que has generado; sí, en vos yo solo buscaba una mano amiga, algo de compasión ante la existencia, un compañero en la desgracia, algo que solo aprovechaste para tus egolátricos fines. Si desde la muerte de mi padre solo me pedís que escriba del duelo, pero del único duelo sobre el que pienso hablar es sobre el tuyo porque el juramento ya ha sido escrito (y firmado).

¿Qué me diste, entonces, sino pena y dolor? Y esto no creo que ha de ser algo que se pueda superar, que acaso alguna vez logre discernir qué es para vos, qué es para , qué compartimos y qué no. El desdoblamiento en dos personalidades es un error que no volveré a cometer, viendo los resultados actuales; el diálogo entre las partes, luego de todo el daño hecho, parece irrecuperable: si es que yo ya he intentado todo, pero la única solución parece ser la drástica, y ya ha sido pronunciada.

 

Juramento: cuerpo y alma han de entregar al odio y repudio de toda manifestación artística, resignadas a la categorías banales en el orden del “ocio”. Sea reprimido todo intento de actividad artística, exceptuando lo meramente académico y laboral. Hechas las desligaduras de las actividades vinculatorias, declarase al arte como persona no grata in hoc corporis.

 

 

Julio, el que escribía.