lunes, 16 de enero de 2017

La espera

espero
soy una máquina de esperar
todo el tiempo
capaz en el fondo, me gusta

esperar
arriba del auto
en el bondi
a veces en un tren

si hay techo lo miro
el piso siempre


la gente de alrededor
con el teléfono
atareados
hacen cosas
yo espero
debo esperar

espero
mirando una guitarra mal apoyada
un cuadro algo chueco
leyendo que renuncia un ministro
pensando en aprender italiano


cada tanto una espera se termina
pero me acuerdo
hay otro asunto
y otra vez vuelve el baile


espero
siempre
algo muy normal
típico
soy yo



el otro día me dijeron
sos precavido y paciente
un insulto
pero seguro es verdad

qué digo
me puteo a mi mismo
dale, salí, activá
cada tanto me digo esas cosas
pero nada va a pasar
ya sé
soy así

en el parque intento dar una vuelta
obvio que nadie ve
después vuelvo a la norma
esperar.

sábado, 14 de enero de 2017

Tercerizado

Hablemos de que había pasado bastante tiempo y el tipo no llevaba nada escrito, nada de nada, y la gente ya se empezaba a preguntar cosas, a hacer conjeturas, todo eso que hace la gente sobre uno. Se había refugiado en una pequeña ciudad de distancia prudente del centro, vista al mar, de diez o quince mil habitantes ponele, cerca del límite donde relativamente se conocen entre todos y hay dos o tres negocios de cada rubro, más no (excepto almacenes). Visitas pocas, por lo general iba él cada uno o dos meses para allá, pasaba un fin de semana, pocos días, y ya se volvía a ir. Nadie le preguntaba en qué estaba laburando, aunque bueno, ya sabían que la guita que tenía salía del transporte, de los negocios, de los alquileres —todo heredado de parte paterna, de la que ningún exponente vivo (al menos de los cercanos) quedaba— y alguna cosa más que tenía por acá. Eso no interesaba, lo que ansiaban conocer era que si se venía otra novela, o iba a volver con el diario, o inventarse algo nuevo, lo típico de él, como en sus dos primeros libros de relatos, esos que venían con el disco que acompañaba la lectura con precisión milimétrica. En fin, nadie conocía en qué andaba Julito.



Acá muchos lo conocían de más pibe, de catorce o quince, cuando se escapaba de allá y se venía en cuanto el colegio le dejaba —siempre de faltas bien justas— y andaba de punta a punta ayudando al viejo y al tio, dos grandes tipos que siempre iban para adelante y conocidos —andá a lo de los gordos, respuesta a varias interrogantes— por la mayoría de por acá, que arrancaron con uno de los dos lubricentros (aún sigue en pie, y el otro que hay al tiempo largo fue de ellos) que hay. Después de eso, vinieron los tiempos de las universidades y del estar ausente salvo un mes en verano, hasta que sacó su primer libro y se vino para acá porque el viejo estaba enfermo, el tio en silla de ruedas, y alguien tenía que mantener todo el circo andando. Tres o cuatro años y se quedó solo, en la casa familiar de media manzana —cuando compraron, no había vecinos—, escribiendo libros y cheques por igual, bueno, metafóricamente, porque cheques fueron muchísimos más. Enemigo y odiador de la contaduría aunque amante de la matemática, contradicciones normales en Julito.

Sí, me desvió, que mal narrador, pero él gustaba de estos bailoteos, a lo que iba es que por suerte el hombre (Luis) al que dejaba a cargo de la casa cuando no estaba, era contador y, más importante, buena persona, de esos tipos que sabes que nunca te van a dejar tirado y que son agradecidos con uno —hermosa su casa, separada de la principal por uno cuarenta metros, con entrada propia, de dos pisos, varios asados he comido ahí— por lo que les da, que saben que para progresar más hay que abrirse y no aprovecharse de los beneficios que ellos ven parciales comparados con el que se los está dando. En fin, remarco esto porque yo vengo de la gran y densa ciudad, donde en las personas es más difícil confiar, no sé, es como que acá la mayoría parecen todos buena gente. Antes Luis se encargaba del pasto, de mantener la fuente y los canteros con plantas, ahora ya hay jardinero; lo mismo con la mantención general de la casa, todo tercerizado, y es que Julito fue juntando bastante guita con el tiempo, aunque eso no era lo que más resaltaba de él y tampoco quería que resaltara, no es lo que buscaba. 



Luis vivía con su familia (dos hijos), Julio solo. Incluso te daba algo de temor el ambiente de semejante casa habitada por una sola persona, de mansión abandonada. Cada tanto se traía alguna novia de Buenos Aires, pero a la próxima vez que iba para allá desaparecían. Era muy de cita en la costanera, ahí en la cafetería de algún hotel, o de cena en algún lugar lindo, todo así bien clásico; conocía mucho de cine, capaz le venía de ahí esa forma de ser, de actuar, pero nunca le pregunté si lo hacía a propósito o no; también podría ser que lo hiciera de manera inconsciente. El tema es que nunca llegó a tener nada estable, siempre andaba en algo pero que ya se sabía de antemano que no tenía fin, muy de Julio que todo lo que empezaba terminaba lo necesariamente rápido, para que la historia no se vuelva aburrida o se alarga más de lo debido.



Cinco años habían pasado de lo último, y ya de la barba salían algunas canas, es difícil estar cerca de los cuarenta. Esa edad tenía cuando pasó, y la historia debía ser cronológica, con pocos saltos temporales, esas cosas se respetan; Luis solía decir que si una historia no tenía un principio y un final marcado entonces no valía la pena leerla, que los escritos esos que tanto gustaba leer debía dejarlos ahí, que siguiera escribiendo como siempre. Circulaba el rumor que la ausencia se debía a alguna enfermedad, otro decía que sufría un severo cuadro de depresión, aunque nunca supe por dónde arrancaron, estos dichos fueron creciendo hasta llegar a ser considerados completamente ciertos, y muchas veces los rumores que se toman ya por tan ciertos terminan siéndolo, sea por casualidad o no, porque si tanto se insiste con algo, al final ese algo termina pasando, porque saca a luz cosas que sí son ciertas y que desembocan en lo que se habla, el rumor se vuelve realidad.
Digamos que no tenía ganas de escribir mucho, porque cada cosa que arrancaba a escribir nunca podía siquiera pasar de la mitad, del centro del relato. Arrancaba con una historia excelente pero después no podía concluirla, algo que es en extremo desesperante. Lo máximo escrito fueron solo quince o veinte hojas, pero de una historia que era para doscientas o trescientas, como mínimo; después de esas páginas había una barrera invisible para terceros, que frenaba cualquier posible acción que no sea la muerte. Así, todas las historias escritas poseían inicios diferentes entre sí (a veces no tanto) pero al final el desenlace era el mismo, la muerte. Pero no era cualquier muerte, como en otros escritos largos ya publicados, donde uno vivía lo que tenía que vivir, sean cien años como sean veinte, y luego moría, después de haber servido al relato; la muerte que aparecía acá era una muerte prematura, inesperada luego de tanto desarrollo de personaje, explicando motivaciones, infancia, forma de ser, todo eso para nada. Así, un hombre vivía en una página y a la siguiente moría de forma inesperada, antes de que pudiera hacer algo para la historia, y a veces la muerte le llegaba en solo un párrafo. Intentemos hacerlo en una sola oración y ya el fin, final feliz.



JULIO MURIÓ DESPUÉS DE DESPACHARLO POR EL CORREO Y DEJAR TODO EN ORDEN, SI SALIÓ BIEN.