sábado, 5 de septiembre de 2015

Tesoro, del todo, en divino.

Describe una espiral, algo raro, tema de él. Yo ahora lloro, de maneras mil veces poéticas a la vez que por acción de la luz. Aposento divino dicen, yo ni puedo verlo, no puedo ver. Ciego dicen también que uno anda mejor, muchas cosas dicen.

  • Suena música simple, demasiado, que ni para el autor tiene sentido; hacerlo por hacerlo. También quiere escribir, no sabe bien el por qué, escribir por escribir, y no lo confundan con el primero porque son bien diferentes, ya quisiera el segundo ser el otro, pero no.





Sus imágenes.

Una reposera azul en una playa cualquiera, la espera del tren eterna por parte los amados, la divinidad de su piel al rayo del sol o la luz de aquella lámpara, el frío que siente al salir corriendo de su casa en pleno invierno, el pie sobre la cama junto al armonioso nuevo silencio que trae consigo sus verdades y el eterno resplandor de una mente que reacciona en inconsciente, siempre que puede.

El mar que se la lleva para una vuelta oxidada y rota, el descarrilamiento, el eclipse o el corte de luz, el verano de Buenos Aires, el dolor de espalda que obliga a cambiar de posición, pasa siempre.






La mente.

Oscuro, claro, más claro, ahora se queda en un verde coral difuminado. Se abre, veo luz, puedo formar un círculo, seguramente estoy en el fondo, mi prisión.
Ahora estoy dormido, mi mente lo sabe, mi cuerpo no. Puedo manipular mis sueños, moldear con nitidez envidiable mi imaginación, luego de un rato me aburro; ya la música paró, y el ruido del reloj —amado en tiempos lúcidos— hace llevar mi mente a lugares lúgubres, mantengo ojos cerrados para no caer en esa pesadilla infantil y no irritarme inútilmente. Con fuerza sobrehumana logro tomar posesión de mi cuerpo y despertarme, pero ahora sí quiero dormir.

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