lunes, 14 de agosto de 2017

Incinerar

fuego en un papel
sobre mi escritorio
alcanzando mi cama
mi casa otra vez en cenizas.





A veces tengo convicciones, 
digo, 
me gusta creer cosas y defenderlas, 
amarlas.

Sí, me gusta también creer en el amor, 
a veces
le juro lealtad, compromiso, 
y si alguien osa a hablar mal de él 
gana mi retórica, que suena bastante convincente. 



A veces me proponía cosas, 
como caminar o aprender a leer, 
algunas cumplí y otras no tanto 
—véase la definición de caminar— 
pero la gracia radicaba ahí, en la propuesta. 

Voy a hacer amigos en el colegio, 
afrontaré el dilema de la secundaria, 
intentaré tocar la guitarra, 
afeitarme sin cortarme.


Ayer creía en el amor,
hoy a la mañana también.
Al mediodía trastabillé 
y una charla a la tarde confirmó todo.

Una simple llamada,
un simple mensaje de texto,
un inmundo mensaje de texto,
suficiente para replantearse cosas básicas
tales como el amor, o lo difícil de respirar.

Con el oxígeno de mis pulmones,
al caer el fósforo,
creo que llama no va a faltar.
¿Agarrará fuego bien el corazón?



La otra vez hablé de películas,
de que estoy dentro de una
bastante lenta y aburrida,
donde tanto drama empalaga.

Ni a mí me gusta,
suceden cosas sin razón
y los puntos de atención están mal colocados,
nunca seré buen foquista.

A veces hago foco en lo que creo que es el eje principal
y pierdo de vista lo que me rodea, quienes me rodean.
A veces intento enfocar a mi vieja, mi viejo, familia,
pero me vuelvo a desviar. 

Para cuando vuelvo
ya las cosas sucedieron,
y yo perdí el momento,
tampoco seré nunca buen fotográfo.



Aún sigo proponiéndome cosas,
lo de ayer fue ser mejor hombre.

Me desperté intentando proponerme el amor,
pero un golpe que ni siquiera entró en cuadro,
me dijo que lo de hoy es destruir el mundo.

Lo de mañana es destruir el mundo.
Lo de pasado también lo será.



No hay comentarios:

Publicar un comentario