martes, 17 de octubre de 2017

Crisálida nunca mariposa

ya había preparado todo
los remos y otro par de sandalias
también llevaba alfajores 

mi bote era grande
más que mi cama
mi bote era envidia
junto a mi amuleto de latón

zarpé con mar calmo
unas gaviotas me guiaron por las corrientes
y supieron enseñarme a ser pregunta
cuando yo siempre había querido ser razón

navegaba en mar bravo
cuando a lo lejos vi humo
y esa isla no pudo esquivar mi bote


el humo no era lo negro que deseaba
y la araucaria intrusa me guardaba rencor
—pobladora recién salida de su crisálida—
porque osé a acampar cerca de su techo
y notó que no era lo que ella esperaba


un día accedió compartir su vista del humo
que fue algo más negro y tapó la brillantina terráquea


otro día me contó su naturaleza de intrusa
y de que mi bote se veía mejor en alta mar

las gaviotas le habían contado de mi amuleto de latón
que ahora había quedado oxidado por el viaje
y de estar a la intemperie esperando el cobijo de su copa

pregunta era eso de que a mí el humo no me interesaba
(¿ni siquiera su nivel de intensidad, ramiro?)
fue pregunta continúa siempre continúa
pregunta sin contenido con carácter de fruto


una noche me expulsó y preso de odio me fui a otra isla
donde compartí mi último alfajor con una plánula
que fue clara en cuanto a que nunca sería mariposa

el humo fue rotando con el tiempo
y ahora nace del suelo que piso
lo que me dota de la cualidad de la intriga
—donde la pregunta es implícita—
y nadie puede verme mientras lustro mi amuleto
que ya la araucaria intrusa ve desde alta mar.

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