martes, 13 de enero de 2015

En la mañana (recopilación de textos adaptados)

Querida, te he extrañado y te seguiré extrañando.

Acaba de llegar el otoño, unas molestas hojas marchitas se han filtrado por debajo de la puerta. El mar jovial también anuncia, con su bravura, el presagio de nuevos naufragios otoñales. Temporada tras temporada es igual, nunca cambia. Vos tampoco cambias. 
Sí, sé que yo sí he ido cambiando, que he vuelto extraño, que perdí mis sentimientos. Y es que también el indomable pelo oscuro se vuelve lacio y gris. Pero considero que te amo.
Querida, si pudieras ver todo lo que yo he visto! Mucho más que vos, con tus viajes exóticos. Conozco todo lo que debo conocer; ya no sé con qué deleitar mi mente, solo sé que sé todo.
Ayer me vi en el espejo, creo que voy a morir. Morir y saberlo todo, qué curioso. Sé como quedará mi cuerpo, sé lo que pasará conmigo, conozco la nada. Y vos... Ay, querida! Vives en el pasado, claramente. Sin duda has llegado a esta edad mejor que yo; la belleza también es difícil de perder. A que vives el doble que yo.
Bueno, muchas divagaciones; en fin, me muero y te amo. Me dirás que no te he hablado en décadas, que no te escribo hace años, pero es que cuanto más me cuesta dirigirte palabra alguna más te quiero, y más te deseo.
Sí, te aseguro que aunque los sentimientos sean compartidos entre ambos, y hasta hayas leído esta carta, no podríamos mantener una conversación duradera, y esta hasta sería incómoda. Para qué escribo entonces, dirás, pues no lo sé. Supongo que es el último enigma.
Cuando esto te llegue estaré muerto; te quedarás con mis pertenencias. Lo único que te pido es que me quemen, me tiren al mar y sea olvidado lo más rápidamente posible. Después, sigue siendo feliz.





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...y así fue cuando llegamos a Egipto y a sus pirámides en nombre de la madre patria. Nuestro general estaba maravillado, nosotros no eramos nada en comparación. No hay construcción europea igualable; la grande armée quedó eclipsada con su magnificencia. Yo fui de los pocos que osó subir a la cima; llegué a la conclusión de que dios mismo las erigió. Así es como nos quedamos con poco aire cuando llegábamos arriba, por lo que nos apresuramos a bajar; al llegar al suelo, nos quedó la satisfacción de haber realizado una hazaña bíblica. Arrasar luego a los mamelucos fue una proeza de igual magnitud.
Cuando se retiraron, asustados por la firmeza de nuestros cuadros, me pareció ver a un jinete llorar; comprendí que no era por el dolor, era de enojo con sí mismo, de frustración. Como el general dijo: "Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos de historia nos contemplan". Sí, cuarenta siglos y, ¿qué? Es difícil no llorar con las pirámides.





La suave brisa llegó a los bordes de su cuerpo. Él miró al costado, mientras le amputaban la pierna al último humano mayor de 16 años bípedo, y con satisfacción se dijo a sí mismo que venían buenos tiempos. Quizás no tenía lo que comúnmente llamaríamos ojos, pero estoy seguro de que pudo observar la situación más claramente que nadie.

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