sábado, 16 de agosto de 2014

Propiedades de la luz

Por fin encontró al hombre que buscaba. ¿Por qué no habría de matar al hombre que arruinó su vida? Él hizo que los años vividos sean vistos en vano, que los que consideró problemas se incrementaran, que el sueño nunca sea realidad y otras desgracias equitativas. Y encima se atrevía a mirarlo fijamente a los ojos! Y sin temor alguno! Ese idiota no sabía lo que le esperaba.
Había venido preparado, sabía que estaban en igualdad de condiciones físicas, eran demasiado parecidos. Una bala rápida y problema resuelto, a tratar de remarla y comenzar otra vez, nada de depresiones —¿Por qué un humano entraría en eso que se llama depresión? Todo pasa, honey, acá siempre chances hay, algunas más fáciles, otras más difíciles al final— y todo ese mambo molesto.
Sabía que él era el responsable de los percances actuales y futuros desde que lo vio por primera vez. Aparecía y se iba, o solamente lo miraba fijo un rato para luego darle la espalda. Idiota, ni siquiera le hablaba!
Pero basta de idas, está vez no iría para ningún otro lado. Súbitamente levantó el arma y disparó a quema ropa. Un zapato rozado voló en el aire; todo se vio muy oscuro y sin sentido después de eso.
Qué raras son las propiedades de la luz, poder permitir la reflexión, poder quebrarse y doblarse, poder ser la cosa más rápida del universo y sin embargo tardar un inimaginable tiempo —Qué hermosa cantidad de tiempo para reflexionar, con una hermosa vista por cierto— para llegar a sus múltiples destinos, poder ser un onda y una partícula cuando quiere. Es envidiable y complejo a la vez.

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